
Bogotá vive días de caos. A la congestión, la inseguridad y la acumulación de basuras se suma ahora un nuevo capítulo político: la recolección de firmas para revocar el mandato del alcalde Carlos Fernando Galán. Ayer quedó habilitado oficialmente el proceso ante la Registraduría, marcando el inicio de una carrera que podría redefinir el rumbo de la capital. La iniciativa es promovida por el concejal Jairo Alonso Avellaneda García, del Pacto Histórico, quien junto a un grupo de ciudadanos constituyó el Comité promotor de revocatoria, con la meta de reunir cerca de un millón de firmas, aunque el requisito legal ronda las seiscientas mil válidas. Según confirmó el propio Avellaneda, la recolección se inicia en medio de un profundo descontento social por lo que considera una administración ineficiente, alejada de las necesidades reales de la gente.
El caos bogotano es visible en cada esquina: montones de basura sin recoger, calles con huecos, inseguridad creciente y un transporte público colapsado que se convierte en metáfora del desorden institucional. Los habitantes se quejan de la falta de respuesta del Distrito y del abandono de los barrios periféricos, donde los problemas de movilidad, aseo y seguridad parecen no tener doliente. En redes sociales abundan los videos de robos, basureros improvisados y protestas ciudadanas que reclaman por la ausencia de autoridad. Para los promotores de la revocatoria, todo esto refleja una ciudad que perdió el rumbo bajo una administración que prometió eficiencia y diálogo, pero terminó atrapada en la burocracia y la improvisación.
La Registraduría ya avaló el proceso, y el comité —liderado también por Daniel Ricardo Malagón, encargado de la logística— anunció que iniciará la recolección de firmas en distintas localidades, aunque aún no hay una página web ni puntos oficiales ampliamente divulgados para quienes deseen apoyar la iniciativa. El reto es monumental: reunir cientos de miles de rúbricas en medio del escepticismo, la polarización política y la compleja geografía urbana de una ciudad con más de siete millones de habitantes.
El alcalde Galán respondió señalando que la revocatoria busca frenar su gestión y desestabilizar el gobierno local, mientras algunos concejales de su línea advierten que detrás del proceso hay motivaciones políticas ligadas al petrismo. Sin embargo, para muchos ciudadanos el debate va más allá de los partidos: se trata del reflejo de una inconformidad generalizada frente a la forma en que se gobierna la ciudad.
La recolección de firmas será también una medición del pulso ciudadano. Si logra el respaldo esperado, podría convertirse en un referendo sobre la legitimidad del alcalde y el modelo de gestión distrital. Si fracasa, dejará al descubierto el agotamiento de una ciudadanía que protesta pero no actúa. Por ahora, Bogotá sigue atrapada en su propio desorden: una ciudad que se levanta cada día entre trancones, basuras, inseguridad y protestas, mientras el Palacio Liévano intenta sostener el timón en medio del ruido.
La revocatoria, más que un trámite político, se perfila como un termómetro del desencanto. Una oportunidad —o una advertencia— para que la ciudad vuelva a preguntarse quién la gobierna, hacia dónde va y cuánto más puede soportar este caos cotidiano que, más que un síntoma, se ha convertido en su manera de vivir










