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¿Arrepentido de votar por Petro? No. ¿Decepcionado? Mucho.

Por: Elkin Calvo*

Apoyé al presidente Gustavo Petro en su camino a la Casa de Nariño porque siempre he creído en la necesidad de abrir una puerta diferente para Colombia. Con Petro pensé que era el momento de darle una oportunidad a un proyecto alternativo, después de décadas en las que las élites políticas tradicionales nos dejaron corrupción, falsos positivos, desfalcos y un país sometido a la inequidad. Han pasado más de tres años desde ese triunfo histórico y hoy me hago una pregunta inevitable: ¿me arrepiento de votar por Petro? La respuesta es no. Pero si me pregunto si estoy decepcionado, la respuesta es un rotundo sí.

La decepción nace de cómo se ha gobernado, con quiénes se ha hecho equipo y con qué prioridades se han tomado las decisiones. No puedo pasar por alto el desfile de ministros y altos funcionarios que han salido por la puerta de atrás, algunos sin cumplir siquiera con los requisitos mínimos. El caso más reciente, el de Juliana Guerrero, parece un mal chiste: en cuestión de días pasó de estudiante a profesional, sin presentar las pruebas necesarias, y al parecer terminará ocupando un cargo público como viceministra de la juventud. A eso se suman nombramientos en embajadas, consulados y entidades estatales donde prima más la lealtad política que la idoneidad.

El ejemplo más frustrante quizás sea el Ministerio de la Igualdad. Una entidad que nació con la promesa de defender a las mujeres, a los pueblos afro, indígenas, comunidades LGBTI y a tantas otras poblaciones históricamente marginadas. En vez de convertirse en una esperanza, se transformó en un elefante burocrático de pésima ejecución y peores resultados. Y, como si fuera poco, varias decisiones presidenciales se han tomado “a las patadas”, sin análisis ni planeación, dejando la sensación de improvisación permanente.

Aun con todo esto, si las condiciones de la elección volvieran a repetirse, volvería a votar por Petro. No porque crea que su gobierno ha estado a la altura de lo que prometió, sino porque la otra opción era —y sigue siendo— volver a la derecha que llevó al país al desastre: los falsos positivos, Odebrecht, Reficar, el saqueo de la salud y de los fondos de pensiones. Esa falsa dicotomía que hoy nos venden, en la que los mismos culpables de la debacle se presentan como salvadores, no me convence ni me convencerá.

Tampoco todo ha sido un fracaso. Petro ha puesto sobre la mesa debates necesarios: un enfoque diferente frente a la política de drogas, la búsqueda de una reforma pensional más justa, el impulso a la reforma laboral y la ampliación del acceso de los jóvenes a la universidad pública. Esos avances, aunque insuficientes, no deben borrarse del mapa.

Pero sí hay un problema que no puedo ignorar: el ego del presidente, su incapacidad de reconocer errores y el desdén con el que a veces parece gobernar. Eso también erosiona la esperanza de quienes creímos en un proyecto distinto.

Argentina nos dio recientemente una lección: a pesar del triunfo de la derecha más radical en la presidencia, encarnada en Milei, resultó un fracaso rotundo. Lo demuestra la pérdida el domingo pasado en las elecciones legislativas, que le dio un respiro a la izquierda y evidenció que, con la elección presidencial, los mayores perdedores fueron quienes creyeron en la promesa del “cambio” ultraderechista. Ese ejemplo nos recuerda a los colombianos que no podemos caer en el eterno juego de elegir entre el “menos peor”. Nuestro reto debe ser pasar la página y exigir un proyecto serio, coherente y honesto. Hoy no me arrepiento de mi voto, pero sí me siento profundamente decepcionado. Y, al mismo tiempo, convencido de que no podemos claudicar en la búsqueda de un mejor país.

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