
En un país donde la política suele ser sinónimo de ruido, insultos y promesas vacías, la figura del senador Iván Cepeda es un faro de coherencia, serenidad y firmeza ética. No necesita gritar para hacerse escuchar ni recurrir a la demagogia para convencer. Su fuerza está en la serenidad del que argumenta con rigor y en la valentía del que no se doblega ante ningún poder.
Hijo del asesinado senador Manuel Cepeda Vargas, Iván transformó la tragedia personal en compromiso político. Desde su llegada al Senado, ha trabajado incansablemente por la verdad, la justicia y la paz. Ha sido una voz implacable contra el paramilitarismo y un aliado fiel de las víctimas del conflicto armado, no solo en los discursos, sino en acciones concretas, investigaciones sólidas y denuncias que han incomodado a los más poderosos.
Ese compromiso, sin embargo, le ha costado caro. Desde hace años enfrenta ataques sistemáticos que buscan silenciarlo o deslegitimarlo. Ahora, tras el histórico resultado judicial que llevó a la condena de Álvaro Uribe Vélez, los ataques han escalado de forma descarada. Los hijos del condenado han emprendido una campaña de difamación contra Cepeda, tildándolo de “heredero de las FARC” y buscando reproducir la misma fórmula de calumnias que en su momento utilizó Uribe para intentar destruirlo.
Pero esta vez no se quedan solo en la repetición del libreto: incluso han intentado vincularlo con el narcotráfico, buscando el apoyo de congresistas en Estados Unidos para internacionalizar el ataque. Es una jugada tan cínica como peligrosa, un intento desesperado por equiparar al denunciante con los crímenes de los denunciados. Una estrategia canalla que pretende confundir a la opinión pública y castigar a quien tuvo el valor de enfrentar a uno de los aparatos de poder más oscuros del país.
Lo que no entienden —o se niegan a aceptar— es que Iván Cepeda no es un político común. Es un hombre decente, coherente y profundamente humano, que ha construido su carrera sobre principios sólidos y no sobre favores ni pactos inconfesables. Ha soportado montajes judiciales, campañas de odio y amenazas de muerte sin perder la calma ni la convicción. Y lo más importante: nunca ha claudicado.
Su victoria judicial no fue un golpe contra una persona, sino contra una estructura de impunidad que parecía eterna. Representa un mensaje para millones de colombianos: que la verdad, por más que la persigan y la quieran enterrar, siempre termina encontrando un camino para salir a la luz.
Por eso los ataques de ahora no sorprenden. Son la reacción desesperada de quienes ven tambalear sus privilegios y temen que el ejemplo de Cepeda inspire a otros a no callar. En lugar de amedrentarlo, lo confirman como lo que siempre ha sido: un referente ético en la política, un defensor de las víctimas y un constructor incansable de paz.
Iván Cepeda es la prueba viviente de que se puede hacer política sin vender el alma, que la decencia no es una debilidad sino una fortaleza, y que en Colombia todavía hay quienes, a pesar de todo, eligen el camino más difícil: el de la verdad.
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*Comunicador social con énfasis en educación, magíster en comunicación–educación con énfasis en cultura política e investigador doctoral en estudios sociales, en la línea de subjetividades, diferencias y narrativas con énfasis en cuerpos, tecnociencias y digitalización de la Vida. Profesor universitario y autor del libro YouTube como ecosistema comunicativo.